Que mas puede pedir un poeta ya que la noche triste le da todo. Un beso en la obscuridad acompañado de vino tinto, sabor de pasiones, ideas incompletas...

domingo, 19 de agosto de 2012

A un diente de león.

Comenzar mis textos siempre ha sido una de las cosas que mas me ha frustrado desde que tengo memoria, quizás sea que rondan tantas ideas en mi cabeza que al momento de ordenar una en particular, todas corren lejos, hacia las montañas donde nadie las pueda ver, para perderse entre los arbustos y así no saber de ellas jamas. No culpo a mi exceso de ingenuidad, ni a mi inexperiencia, ni mucho menos a esa vocesita que habla todo el tiempo, y que en ocasiones grita; grita tan fuerte que hace olvidar todo suceso de aquellos días.
Recordar los avismos benditos para a aclarar las llamas de tu voz, que en mis ocasos dejaron de predicar inciertos, tantos que mis dolencias llegan a tal nivel que incluso sufro por no sufrir, muero ante la idea de que tan solo existe un destino mucho mas sagrado que el nuestro, pero incluso al pensar todo aquello sigue dando vueltas en mi memoria esa palabra que no vale ni un cigarrillo: renacer. 
Qué debería entender si con tan solo leer lo anterior mi piel se torna color azul, da vueltas y vomita cuanta lealtad le haya sido encomendada. Puede que no soporte tanto cinismo de tu parte, pero incluso un eunuco toleraría tal desacato, por su parte él te besaría, te diría lo mucho que te ama, y asi recobraría su libertad. Entiende amor, no existe mariposa mas bella que la que comprenda su propio destino, porque no es fácil sentir. Ni las hojas, ni el vapor me dejaran mentir, es a ti al que amo, mucho más que la primera vez que sentí lo que no debería haber sentido, mucho más que el mismo fin del universo. Prestar atención y decir que nada pasó es como borrar con Ron el "te quiero" gravado en música, el suspiro dejado en paranoia o la nítida hendidura de un dulce beso inmoral. Todo cuanto yo haya vivido, todo eso existe porque quisiste que así lo fuera: el árbol, la luna, esa manzana, tu recamara, el viento, aquel pequeño gusano, tu espera, que dejó de besar mis ojos una noche en que el frió dio más que las chispas de millones de luciérnagas y saltamontes que vacilaban con cada mirada no dada por nuestros egos. Aun así lo digo, y no lo dejaré de hacer, porque más que dentro de mi está la incierta dignidad de creer en que nada es incongruencia y que la ilusión de saber aquello a lo que debo callar me mata como muere un sentido al ser sometido a las heladas olas de un orgasmo que no dice nada.